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miércoles, 17 de marzo de 2010

Vladimir Taborda (Relato)

Esta historia es una oda a la realidad, definitivamente no apta para flojos. Es una historia verídica, lo confieso. He cambiado el nombre y el oficio de mi fuente para protegerla y tratar de llevar a mi diestra la ética del periodista. Está compuesta por seis movimientos, todos dependientes. Hela aquí.

VLADIMIR TABORDA
Por Gabriel Mata.-

Vladimir tenía más o menos treinta y cuatro años cuando me conoció. Claro, no entablamos la amistad más entrañable del mundo. Sin duda, fue sólo una relación de dos horas en aras de mi curiosidad. Ese día, mi interés principal era obtener su experiencia como artista de los semáforos. Pero me encontré a los dos años de conocerlo, con una historia.

Al abordarlo me impresionó mucho su aspecto. No lo miré de arriba abajo por respeto; pero si disimulé un poco mi precavida repulsión. La tez de su piel estaba quemada, a extremos chamuscada, presumiblemente por las interminables horas bajo el sol. Noté en su nariz y encima de su labio superior unas pecas tenues -tal vez- de nacimiento. Su franela azul desgastada por fuera no dejaba a mi imaginación el estado del sujeto. También, sus pantalones rotos con desdén, infundían en mí un acalorado sentimiento de miseria. Delgadísimo como pocos, esquelético, pronunciaba palabras lánguidas que delataban su viciosísimo corazón.

Mi intención fue desde el principio hacer un reportaje sobre el malabarismo callejero. Pero las circunstancias me llevaron a otro lado y a confines inauditos. Ese día que lo conocí lo entrevisté por primera y única vez. Dispuse mi grabadora y el comenzó sin muchas trabas a expresarse fluida y mandibuleadamente. Noté en sus palabras un aire de nostalgia. Pero sin titubeos, poseía ese aire de determinación que tienen los nómadas. Recuerdo como se emocionó cuando le comenté que era un estudiante de periodismo y que haría un reportaje sobre el malabarismo de calle. Su acento “sifrineado” me respondió mis preguntas directas.

-Tu nombre completo, por favor- Le dije con el tonito característico de los periodistas que se las tiran de fríos.
-Vladimir Augusto Taborda Corvo- Confesó con un aire infantil, de esos orgullosos al decir su nombre completo.
-¿Cómo llegaste al malabarismo de calle?- Recuerdo que le pregunté.
-Yo trabajé en varias cosas. Estuve mucho tiempo dándole la vuelta al mundo como “bartender” y recorrí Europa sirviendo tragos. Aprendí a manejar las botellas y así, poco a poco, aprendí a hacer malabares con ellas- Me respondió cordialmente, orgulloso.

Mientras se grababa la entrevista, observé los brazos de Vladimir; tenían ronchas (no causadas por insectos específicamente). Me atrevería a inferir que eran causadas por la aguja de la jeringa. Me estremeció el hecho de que a pesar de su aspecto decadente, conservaba un léxico de status acomodado. Supuse que era de buena familia y que por alguna razón se escurrió de ella. También noté que consumía otras drogas a parte de la inyectada. Las puntas del dedo índice y el pulgar estaban amarillentas, por esto deduje que fumaba marihuana; Su mandibuleo lo delataba tal vez con la cocaína; Y me pidió un cigarrillo, que se fumó con un gusto envidiable.

Luego de conversar larga y tendidamente decidí irme. El sol se estaba apostando en la vegetación extrema de la entrada de la Facultad de Veterinaria de la Universidad Central de Venezuela. Me levanté de la grama en donde estábamos sentados haciendo la entrevista y camine casi a tientas por la temprana oscuridad que casi me asustaba. Vladimir se quedó solo, pero antes de irme, decidí tomarle una fotografía.

-¡Pana!… ¿Si me permites?- Le mostré la cámara señalándole que se cuadrara con sus “clavas”. Inmediatamente, jovial y único, empezó a abalanzar sus “clavas” sincrónicamente en son de una música imaginaria que sólo yo escuchaba. La foto quedó guardada para la eternidad; después fue enviada a una misteriosa mujer residenciada en Sudáfrica.

•••

Esta mujer en Sudáfrica me contactó a través de un mensaje en Internet. Hacía aproximadamente cuatro meses publiqué este reportaje sobre el malabarismo que escribí hace dos años, en un blog que tengo en la red. Prácticamente había olvidado la existencia de mi blog, La Libertad del Nuevo Mundo. Un día, una conocida me dijo que había comentado una de mis publicaciones. Revisando cada una de ellas, me encontré con un comentario de un desconocido.

Everclear dijo...
Hola, tengo unas preguntas con respecto a este artículo, me puedes enviar un mail? Gracias.


Sin vacilación, y con lo susceptible que soy a las críticas o a los halagos, me intrigué. Me dispuse a buscar su correo en su perfil en línea e inmediatamente me metí a mi correo electrónico para redactarle una respuesta a su comentario.

Revisando mi correo en los días subsiguientes, encontré una respuesta al mensaje que envié. A Sofía - así se llama la mujer – le había gustado mi blog y su contenido en este. Pero lo que en realidad motivaba su mensaje era Vladimir Taborda; fueron amigos en la adolescencia. Tenía años sin contactarse con el y quería que la ayudara a ponerlos en línea. Muy a mi pesar, el reportaje que ella leyó se había redactado dos años atrás.

Me comentó que lo conoció veinte años atrás, a principios de la década de los noventa. El había partido de su casa en esa época y terminó viviendo en la plaza de El Viñedo en Valencia. Allí, según ella, se reunían un grupo de “punketos” en donde ella estaba incluida. Sus amigos principales eran Angelo, Chivo y Mecate (Vladimir). Me contó jocosamente que Angelo nunca andaba sin el Chivo y sin el Mecate. Ella alude que ha pasado mucho tiempo - demasiado, diría yo – y que muchas cosas han pasado desde eso. Ella trabaja con Médicos Sin Fronteras, en Ciudad del Cabo - Sudáfrica. En cuanto a ellos, Angelo se dedica a ser fotógrafo profesional, el Chivo Sigue sin rumbo y Vladimir es malabarista. “¡¿Qué tal?!” exclama mi nueva amiga, apuesto que en un tonito simpatiquísimo.

Sofía me pidió humildemente que tratara de comunicarme con él para darle su correo y ponerlos en contacto. Eso partió mi corazón un poco; tal vez porque el día en que lo entrevisté me dio su correo para mandarle el reportaje y yo confiando en mi memoria, no lo anoté. Lo sentía, no puedo esconderlo, sentía lo que ella sentía. Y me recriminaba más aún el hecho de no haberlo citado más en el reportaje. Preferí citar a una amiga criticona y a un amigo de Protección Civil. Recuerdo que Sofi concluyó su correo con esta frase: “Si tienes cualquier pregunta, con gusto te respondo cualquier curiosidad que tengas”. Me tocó la tecla, indudablemente.

Le respondí intempestivamente. Tal vez atorado por la curiosidad, pero en ningún momento le pregunté nada. Le comenté algunos detalles que recuerdo efímeramente de la entrevista. Que si estuvo en Europa, que si rumbeó mucho, que si se arrepentía de la vida que había llevado… Pero en esencia, sólo me puse a la orden, ofreciéndole la fotografía y la grabación de la entrevista, lamentando mucho el hecho de que tenía como un año y medio sin verlo y que no tenía la manera de contactarlos.

Me impresionó la inmediatez de su respuesta y también me llené de felicidad al ver su interés en empaparme sobre la vida de Vladimir. Pero lo que más me dejó a la expectativa al empezar a leer el correo, fue el encabezado: “Estimado Gabriel… ¿Quieres que te cuente cómo empezó el descenso al abismo? Esta es la historia más bonita, más fea y más dolorosa que guardo en mi corazón.” Me dejó perplejo.

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Me daba vueltas en la cabeza la imagen borrosa de Vladimir mientras leía a Sofía. Cualquier cosa me podía esperar de su relato, pero no algo tan real.

Ellos dos se conocieron en Valencia en un Taller de Literatura de Laura Antillano en febrero de mil novecientos noventa. Sofi era una mujercita de quince años, muy de su casa y con muy poca experiencia en la calle. Casi me la imagino; con su cabello castaño suelto, con su cara redondita, delgadita, escuchando Bad Religión, The Cure o The Ramones, tentando al diablo por andar en lugares tan bohemios en su corta edad. Me recuerda un poco a mí. A ese taller asistían los tres ‘locos’ - comenta Sofi -; Angelo con diecinueve años, Henry “El Chivo” con diecisiete y Vladimir “El Mecate” con escasos dieciséis.

Los imagino a los tres, con sus botas corte alto y sus pantalones “tubito” típicos a finales de la década de los ochenta. No puedo imaginarles cresta, tal vez por lo corta de mi imaginación; pero lo más seguro es que al menos uno la tenía. El ambiente era propicio para la intelectualidad y el arte; sencillamente poético. A Sofi le encantó Vladimir, quedó fascinada con su actitud, su verbo y su inteligencia. Comparándolo con Angelo y Chivo, era el más inteligente; era -según me comentó Sofía- muy leído para su temprana edad.

Cierto día, Sofía y Vladimir se encontraron en la calle. Ella venía del colegio; me la imagino en su uniforme azul de noveno grado. Los adolescentes entablaron una amena conversa y Vladimir el “punketo” le contó una cantidad de historias fantásticas que a Sofía, a su tierna edad, le apasionaron. Ella dice que él la “mojoneó” bello y que se tragó sus mentiras completicas. Todas estas historias fantásticas tenían que ver con el pasado de Vladimir.

Ciertamente, la historia que Vladi le contó a Sofi no tenía nada que ver con la realidad. Ella me escribe que no sabe cómo se enteró de la verdadera historia de su vida; fue gracias al mejor amigo de Vladimir - que era hijo de una amiga de su madre - o gracias a él.

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Vladimir nació en Turmero, en una familia disfuncional. Sus padres se divorciaron y él quedó viviendo con su papá, un profesor universitario. Estudió en un colegio militar, que al parecer no contribuyó mucho en su disciplina. Su padre luego consiguió otra mujer y se casó con ella, seguramente muy a pesar de Vladimir, que decía que su madre no lo quería. El profesor y su nueva esposa fueron bendecidos con una bebecita, que al parecer no le agradó a Vladimir por el hecho de que le quitó la atención indivisible de su padre. Finalmente, apuesto que aunado a otros problemas, Vladimir se marchó de su hogar para nunca volver...

El tenía uno de sus mejores amigos en Valencia. Un joven serio que tocaba la guitarra y no tenía nada que ver con los “punketos” que ya mencioné. Sofi no recuerda cómo exactamente Vladi terminó viviendo en la Plaza de El Viñedo. Para cuando esto sucedió, ellos no se conocían. Que rudo debió haber sido para un joven guerrero vivir en una plaza, tal vez para algunos, inimaginable. El frío, el sol y la falta del cariño del calor del hogar se sumaban a la nocturnidad de la ciudad viva que arropaba a Vladimir. Esa rebeldía a veces la siento inexplicable, y más esa pérdida del sentido de la vida.

En esa época, los amigos de Vladimir violaron un candado que encerraba un café abandonado adyacente a la plaza y consiguieron una colchoneta para que nuestro amigo el nómada durmiera allí. En los días de extremado calor, Sofi comenta que Vladimir sacaba su sábana al techo y ahí dormía; a la intemperie bajo la bóveda del cielo valenciano. Angelo y Chivo por su parte, tenían su techo; uno en Naguanagua y otro en El Trigal respectivamente. Lamentablemente, Vladimir estaba solo; en un escenario decadente. Él contaba con la ayuda del perrero de la plaza que a veces lo alimentaba. Éste perrero, según me cuentan mis fuentes, sigue en la calle del hambre de Valencia. También un policía cuidaba de él en las noches y aconsejaba y regañaba a Sofi cuando la veía muy tarde en la calle; lo visualizo increpándole: “¡Vaya para su casa niña! ¡Es muy tarde, este no es lugar para niñas usted!”.

Pasado el corto tiempo, Vladimir y ella se “empataron”; empezaron la primera relación amorosa de la adolescente curiosa. Imaginen, una gran aventura para una niña de su casa. Ella me comenta que gozó una “bola” con Vladimir, que apuesto era muy jovial y animado con sus historias. Estoy seguro que la relación fue bastante inocente, de una agarradita de manos y un piquito no pasó. Pero esto para Sofía era genial, una nueva experiencia en un nuevo ambiente. Como era una chica de su casa, tal vez casi enclaustrada en una burbuja, ignoraba ciertas cosas de la calle. Tal vez, ya Vladimir la respetaba y la quería, y no consumía drogas frente a ella. Ella me comenta; “En el tiempo que yo anduve con él, nunca lo vi beber, ni consumir drogas. Ni a el ni a los otros muchachos”. Yo le doy el beneficio de la duda a Vladimir; es posible que simplemente estuviera muy joven y que no haya alternado con viciosos que lo incitaran al consumo. Pero tengo latente en mi alma el dicho de antaño: “Si el río suena, es porque piedras trae”. Los adultos que lo veían en la calle, se fijaban en su aspecto e inferían lo que seguramente era cierto. Claro, el tiempo de Sofía en la calle era limitado; si no llegaba a su casa a más tardar a las 7 de la noche, se le venía un problema seguro. Un día ella fue una fiesta, pero no observó nada extraño.

En la casa de Sofía se armó el berrinche por el hecho de que ella salía con un “punketo” de la calle. La castigaron. No la dejaban salir. En la escuela sólo la dejaban irse con su representante. Ella estudiaba en una escuela de niñas ricas; e inmediatamente después de que las frías sifrinas se enteraron, Sofía “se rayó” de bichita. Claro, yo justifico todo esto, ella no debía estar con el. Recuerda ella con amor, que desayunaba y cenaba en su casa, pero el dinero que le daban para almorzar y merendar, ella lo gastaba alimentando al loquito. Lentamente, la delgadez de la adolescente quedó en flacura, y por santa bondad.

Cierto día camino al liceo en el autobús, Sofía divisó entre las ventanas mal cuidadas de la unidad a Vladimir con una mirada perdida en la nada y los ojos pelados. Súbitamente pidió la parada y se bajó a ver el “show”. Ella se preguntaba absolutamente confundida qué hacía el aguerrido adolescente despierto a las seis y media de la mañana. No podría describir con mis palabras la pintura que ella presenciaba; “Pues estaba en la milésima nota, hablando con un hidrante” me escribió ella algo decepcionada. “Viejo, te presento a Sofía, ella es mi jevita; esperamos irnos pronto a Europa juntos” le decía al hidrante, ensimismado. Desesperada, sin saber qué hacer, Sofi no quería llamar a ningún adulto -ellos eran enemigos-. Un vigilante del Multicentro El Viñedo habló con ella, “Hace como tres horas, en su nota, casi se tira del tercer piso del centro comercial”. “¿QUE QUÉ?” La imagino respondiendo con cara de preocupación a extremos exagerada.

Sofía llamó rápidamente a un amigo para que cuidara a Vladimir, que seguía tostado en su mundo de malvaviscos y fuentes de Toddy. El le prometió que lo iba a cuidar. Ella tenía que partir rápidamente al colegio o se armaría la sanpablera en su casa si se enteraban del incidente y no la dejarían escabullirse de su casa en la tarde. Ese día no encontraron la manera como disminuirle la “traba” a nuestro héroe enjaulado. Leche. Agua. Comida. Nada sirvió. Ella me comentó que el muchachero que se la pasaba en el Multicentro se enteró del episodio y quisieron ayudarlo. Después de varias horas, Sofía se enteró que el que le había dado la droga a Vladimir era un tipo que se la pasaba en la plaza de El Viñedo. Este hombre, un lisiado en silla de ruedas, divagaba por la plaza y sus adyacencias haciendo de las suyas. “Ese mal nacido, le daba droga a los jóvenes para hacerlos adictos y luego obligarlos a que le empujaran su silla de ruedas por todas partes” escribe firmemente Sofía. Cuando ella tenía seis años, recuerda, fue a la iglesia de El Viñedo a misa; el tipo estaba por la zona, y ella recuerda que su padre le dijo impávidamente: “Mi amor, nunca te le acerques a ese tipo, que es muy peligroso, es un vendedor de droga”. Estoy seguro que Sofía nunca olvidará esa escena. Pero a pesar de esta advertencia, Sofía, en mil novecientos noventa se apresuraba a reprender y regañar al jíbaro que aprovechó a Vladimir para lograr que lo empujaran un rato.

Luego de esta trágica situación, las cosas fueron de mal en peor. Vladimir y Sofía terminaron, muy a pesar del alma de ella, que a pesar de que lo consideraba su primer amor, era muy sensata y sabía que las cosas no funcionaban de esa manera. Pero ella no se rindió tan fácil. Se comunicó con el mejor amigo de Vladimir para poder contactar a su padre para que se apersonara del joven. El padre de Vladimir fue a Valencia, pero errando, se llevó a su mujer. Según me cuenta Sofía, “la mujer lo que hizo fue joder y el pisar al señor”. No sirvió de nada la intervención del profesor. Ese mismo año, Sofía se fue de vacaciones a Europa.

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Al regresar, Sofía se encontró con un Vladimir cambiado. Ya no era “punketo”. Andaba bien vestido. Usaba camisas manga larga para ocultar las marcas de la aguja.

Pasaron los meses… Y Vladimir seguía igual.

Cierto día, Vladimir invitó a Sofía a tomarse un café. El le dijo entre orgulloso y asustado que había embarazado a una muchacha. Sofía no creía mucho la historia de Vladimir, ya estaba cansada de sus mentiras. El era cuentero como nadie. Nunca supo si fue verdad la historia de esa tarde del café.

En enero del año siguiente, Vladimir se apareció el día del cumpleaños de Sofía en la puerta de su casa ostentando un ramo de rosas rojas y alardeando con ahínco sobre su nueva vida. “Estoy cambiado Sofi. Estoy viviendo con papá, te quiero de vuelta. No consumiré más, te lo prometo”. Ella creyó. Lo quería, sin duda. Pero ya la magia adolescente había cambiado. No duraron ni dos semanas juntos. El amor se apagó.

Vladimir cayó en el hueco más profundo que pudo haberse encontrado. Empezó a reunirse con un homosexual de la alta sociedad valenciana que tenía mala fama, y una precedida reputación. Era conocido por suministrarles psicotrópicos a muchachos jóvenes y lindos a cambio de servicios sexuales. Sofía tuvo varios amigos que cayeron en las garras del aberrado. Ese “hijo de puta” se llamaba Ricardo Moratinos; le decían “La Morada”. Tenía una Quinta en El Viñedo, era un tipo con mucho dinero. Para ese entonces, cuando Vladimir cayó en la red del “mal parido”, éste tenía unos cuarenta años. Sofía tenía otro amigo que sucumbió a la tentación con La Morada; un muchacho sano y deportista que terminó siendo un cocainómano empedernido. Éste le comentaba sobre las tardes de té -reuniones cuadradas por La Morada para sus clientas adineradas-, donde hacía de mesonero, engalanado con un hilo dental y un delantal. Al terminar la velada, “planchaba arrugas” y les concedía favores sexuales a las dichosas aristócratas. La Morada seducía a quien podía, y al que no rodaba, lo desechaba. “El tipo era un corruptor, le buscaba el lado débil a los muchachos y les ofrecía su tentación para mantenerlos a su lado” cito a Sofía encolerizada. Pero como dice el dicho de antaño, a todo cochino gordo le llega su sábado; La Morada murió de sobredosis, posiblemente de cocaína. Sofía jovial, dice que le agradece a Dios que ese tipo haya muerto y que sintió una gran felicidad el día que se enteró de su muerte...

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En el año 1994 o 1995 Sofi se encontró a Vladimir en la calle. Hablaron como quince minutos. Vladimir seguía igual de enfermo.

Un día Vladimir apareció en casa de su mejor amigo, ido, drogadísimo, en un mundo paralelo. Le comentó que tenía la oportunidad de irse a Inglaterra e incluso le propuso que lo acompañara. Le comentó algo sobre meterse en el bolsillo cierta cosa que no comprendí, no entendí la verdadera intención de Vladimir. Imagino que se disponía a ser narco-mula... Y así como apareció un día, desapareció.

Y pasó el tiempo chorreándose en coro.
Y pasaron los años gateando por el cielo.
Y Vladimir...
Encanao’ en Inglaterra.

No conozco la fecha exacta de su apresamiento. Pagaría su precio en oro si pudiera conseguir archivos o testimonios que me pudieran describir la estadía de Vladimir en la penitenciaria inglesa. Haciendo memoria, en cierto punto de la entrevista que le hice, recuerdo que habló un inglés extremadamente fluido. Hablamos unos minutos en inglés, eso nunca lo olvidaré. El me dijo que mi acento era americano, pero el de él, era a trazos elegante y con motas de un ingles casi americano pero europeo. Tomo este hecho como una prueba viva de su convivencia con angloparlantes. En el año 2001 regresó a Venezuela después de pagar su condena por tráfico de drogas. Eso me lo relata Sofi, que a pesar de que no ha visto a Vladimir desde esa tarde del año ‘95 o ’96, venía enterada de las aventuras de Vladimir por el amigo en común que compartían. Ese amigo en común dijo que encontró a Vladimir “papeado” y tatuado, digna imagen de un ex-presidiario anglosajón.

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Lo cierto es que se le perdió la pista a Vladimir. El contacto que tenía Sofía con el amigo entrañable se perdió con la partida de él de Venezuela. Imagino también que Vladimir se perdió en las calles, seguramente tratando de conseguir un trabajo. Tal vez trabajó en algún bar, o quién sabe. No podría contar cómo llegó Vladimir a las artes cirquenses. Simplemente el ruedo callejero lo llevó a aprender a hacer maromas. Terminó convirtiéndose en un nómada de semáforos a través del mundo.

Yo lo conocí aproximadamente en el año 2008, no lo sabría con seguridad. Lo entrevisté y redacté mi reportaje, ignorando el camino de aquel individuo que no partió de mi memoria. No fue hasta que Sofi se contactó conmigo que recobró vida el esperpento ansioso por brotar letras en escritores curiosos como yo.

Sofía un día decidió buscar en Internet vestigios de su amigo. No lo podía olvidar, ¿Cómo se puede olvidar el primer amor? Corrió con suerte. Primero encontró un artículo de Leonardo Peña, jefe de redacción de un portal de Internet de Cúcuta. La publicación es una crónica que describía la vida de dos personajes, malabaristas, que recorrían el mundo con sus maromas. Era una pareja; Vladimir Taborda y Yenitze Aguilar. Increíble. Era él mismo. Incluso está publicada una foto de él dándole un piquito a Yenitze, súper simpático. Seguramente Vladimir al ser entrevistado, como cuentero nato, habló de su pasado como bartender atrás en 1991. ¿1991? Esto choca con la versión que ya conocemos; pero Sofía me lo ha dicho mil y una veces, Vladimir es un “mojonero”. Sofía duda bastante que él trabajaba en un bar a sus diecisiete años, “pero lo más seguro es que quién sabe”. Volviendo al artículo colombiano, describe cómo se conoció la pareja de malabaristas que según la perspectiva del escritor, se amaban en gran manera y se enamoraron al reencontrarse después de que un Vladimir gordito conoció a Yenitze en 1990 (Vladimir siempre fue flaquísimo, otra mentira más). Para marzo de 2006, Vladimir estaba en San Cristóbal haciendo malabares junto a su pareja.

Ocho días antes de la entrevista que propició Peña, Vladimir en San Cristóbal vivió una peripecia. Según relata Peña, en pleno acto, siete malabaristas, incluyendo la pareja, fueron sometidos por la policía regional de San Cristóbal. Como delincuentes, fueron vituperados, maltratados, golpeados, insultados, humillados y despojados de su parafernalia malabarística. Pasaron la noche en una celda gocha. ¿La razón? Según dice el artículo, eran sospechosos de ser paramilitares colombianos. Al salir del calabozo, después de comprobar su nacionalidad venezolana, los malabaristas intentaron recuperar sus cosas. No lo pudieron lograr. Los oficiales los extorsionaron, cosa que no lograron; los artistas no tenían ni dónde caer muertos. Pasaron tres días sin comer hasta que un indigente los salvó de su penuria regalándoles unas clavas que abalanzaron en un restaurante para poder comer de la ayuda (casi limosna) de los clientes.
Creo que no era una vida fácil. Estos malabares, habitando ocho días después en los semáforos de Cúcuta, se convirtieron sólo en quince mil pesos; nada comparado con las ganancias en Venezuela. Aquí lograban hacer a esas alturas del partido de la vida, diariamente 150.000 bolívares de los viejos. Prodigioso. Vladimir le comentó a Peña, que querían fundar un Circo Callejero en Maracay. Hoy, en el año 2010, no conozco esta clase de propuestas del colectivo de malabaristas de Maracay.

Coincidencialmente Sofía también consiguió otro artículo del sábado 10 de enero del 2009 escrito por Hernán Velazco, un reportero del Diario de Guayana. Me atreveré a citar las declaraciones hechas por Vladimir: “Yo amo lo que hago, creo que la gente no debería juzgarnos tan solo por una mera apariencia física, los sentimientos son la verdadera esencia del ser humano, la belleza inmortal es interna” Profundo, tiene la razón de su lado. También dice: “Es más caro ir a un circo, nosotros llevamos alegría y distracción a los niños, jóvenes y adultos en todas las ciudades del país; sin cobrar nada, solo lo que les salga del corazón”. Taborda, le dijo al periodista guayanés que lo que lo llevó a ser malabarista callejero fue la necesidad de expresar sus sentimientos a través de su arte. En eso, me atrevería a decir desalmadamente que no tiene razón.

Estoy seguro que después de que Sofi buscó cien veces el nombre de Vladimir en la red y encontró nuestros artículos, vio los sentimientos de Vladimir expresados. Pero no de la manera en que se espera, ni con el malabarismo. Se encontró con la pérdida de una vida inteligente, de su primer amor, de su aventura adolescente. Lo que le quedó tatuado en su memoria -a parte de los recuerdos joviales de un Vladimir cuentero y graciosísimo- fue una carta de despedida descubierta en su casa (donde dejaba a su familia porque partía para Europa en un sueño con nuestro anti-héroe) y su ropa perdida que fue vendida por un punketo sin vida. Ella lo recuerda muy cariñosa y especialmente. “Estos recuerdos forman parte de una de las etapas más bonitas de mi vida. Un cuento de hadas que terminó en película de horror” me escribió abrumada por percibir cómo ha finalizado todo.

Vladimir debe estar en un semáforo, seguro está drogado. Sus clavas bailan al son de los motores, difuminándose en la luz roja, que le dan luz verde entre el humo a su vida. No sé en qué esté pensando. Pero si sus mentiras y sus cuentos nos hacen vivir –y sobre todas las cosas sentir-; Y si éste tipo es capaz de erupcionar letras en todas partes del mundo; yo creo que está más vivo de lo que creía. No soy quien para juzgarlo, ni soy alguien para exaltarlo, pero sé que en el ensueño de mi cabeza nada de esto hubiera pasado. Lo más seguro es que Vladimir retornó a casa con su familia y aún sigue en contacto con Sofía. Y yo nunca conocí esta historia. Que me duele como si fuera mía.

http://www.eldiariodeguayana.com.ve/content/view/46200/49/
http://www.areacucuta.com/index.php?module=news&file=news&news=1353