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lunes, 23 de agosto de 2010

Un Día en Bolipuertos (Crónica)

En esta crónica se cambiaron los nombres de las fuentes, de varias empresas, de las locaciones y de ciertas personas para protegerlas del despotismo criollo y las malas mañas. Le ocurrió al esposo de la madre del primo del hijo del nieto de la madre de una madre; o al amigo del amigo de un amigo; o sencillamente a nadie.


UN DÍA EN BOLIPUERTOS


A eso de las 5 de la mañana me desperté de sobresalto. El día anterior había quedado con mis jefes en dedicarle ese jueves 29 de julio a unos trámites aduaneros en Puerto Cabello. Nos había llegado una mercancía unos quince días antes y la gente de Serviaduana, como agentes aduanales que son, nos ‘ayudaban’ con los servicios portuarios. Ese día, nuestro deber (el del jefe y mío) era chequear, clasificar e identificar nuestra mercancía para que un funcionario de CADIVI y otro del SENIAT colocaran su sello y firma de aprobación para proceder a transportar nuestra preciada mercadería a Maracay.

(Servicio Nacional Integrado de Administración Aduanera y Tributaria - SENIAT)

(Comisión de Administración de Divisas - CADIVI)

Nunca acostumbro a madrugar exageradamente. El sueño en mi vida es un problema placentero extremadamente grave. Pero irónicamente, ese jueves me desperté nervioso y alterado; motivado por el despertador tempranero, me desperté como se despierta para un primer día de clase o para unas largas vacaciones viajeras. Miré el reloj y eran las 5:15am; me despedí de mi mujer que dormía plácidamente. Pensé por un segundo que no me daría tiempo bañarme a vuelo de pájaro. Me pregunté si quedaba tiempo para ataviarme. Con paciencia, dije calmadamente desde mi cabeza, aromática a café matutino, que quedaba algo de tiempo antes de que el jefe partiera.

Salimos como a las 5:45 junto a los rayos del sol, con una ponchera de café, a nuestra aventura portuaria. La calle aragüeña madrugada, como siempre, estaba sola; aquí nadie madruga. Y después me pregunto por qué Dios se olvidó de la Ciudad JardínLa Nissan Frontier Blanca a diesel sin vidrios ahumados del jefe, se volvió con sentido al peaje de Palo Negro sobre la intercomunal Maracay-Turmero, y nos sumimos en el ambiente emponcherado del espíritu noticioso de Unión Radio en la temprana mañana. Unos novatos estaban al aire, al fin y al cabo no tengo moral periodística pa’ juzgarlos.

Rodamos sin contratiempos la primera parte del trayecto. Como a alturas de Guacara, empezó a sonar la voz chillona, atorrante y extremadamente bien pronunciada de la profesora Marta Colomina. Maestra y profesora del escualidismo absoluto; con su acentito de dicción perfeccionada con sus siglos de experiencia (que me perdone la profesora) planteó el eterno problema del Gobierno rojito corrupto y de las millones de toneladas de comida perdida en los containers porteños (y de otros gentilicios). La profesora tuvo razón en todo lo que dijo; el Crimen de Lesa Humanidad y vaina, bla, bla, el pato, la guacharaca. Siempre esos análisis radiales me afincan y subrayan el carácter escuálido que inminentemente tengo. (Hablando seriamente; no apoyo a los rojos; pero no censuro las genialidades (mal hechas) del proceso ‘robolucionario’ que estos llevan).

Mi jefe y yo nos sumimos en la típica conversa política que siempre desarrollamos. Es fastuoso. Una de las cosas que más aprecio, es compartir con el jefe esos momentos de disertación política. Nunca le llevo la contraria. Tiendo a ponerle los puntos sobre las íes, pero siempre, con su sapiencia de antaño (3 cuartos de siglo), logra dejarme pensando en los errores de la izquierda y en las utopías inalcanzables de los marxistas. Al final, siempre llegamos a la misma conclusión; Chávez es una plasta revolucionaria andante (como digo yo censurándome) y un muérgano (como dice el censurándose). Comunistas al fin y al cabo, si no merecen la horca, merecen cárcel. Dios (el CNP, La Academia y el Comandante) me perdone por pasarme el Código de Ética por el rabo (culo) en esta crónica.


(Hugo Chávez)


(Marta Colomina)

Agarramos la salida de Yagua para algún día llegar a las empanadas de El Palito. Rodamos un poco más (varios kilómetros), e irrevocablemente llegamos al municipio playero de vallas propagandísticas después de varios minutos. Paramos, no se a qué hora, en la empanadera con más suerte; pecamos en no pensar bien a quién comprarle las empanadas. A parte de cariñosas, estaban chimbas. El cazón seco, el guiso insípido, el picante deficiente. Pero mi terquedad y gula pudo más, y terminé comiéndome otra de crustáceos. Pagamos y nos fuimos gruñendo con la radio salpicada por estática todavía prendida, un poco a la expectativa típica de agarrar una bola de esas de las que nadie se ha enterado o un tubazo de lujo.

Ya en la vía de nuevo, por Trincheras y otros lados que desconozco, agarramos una cola semi-infernal. La señal del circuito Unión Radio pifiaba de peor manera. Optamos por hablar durante un gran rato sobre los problemas económicos, sociales, culturales y políticos del país y llegamos a la misma conclusión de siempre… Pero al final, después de una hora y pico, llegamos al puerto temprano, como era necesario. Si Puerto Cabello no es el puerto más grande de Venezuela, es el segundo; su aura de mercader del destino económico del país no suelta esas calles ensopadas de historia. Tiene un maleconcito bien chévere, que provoca turistear. Justo en frente, por el Águila del puerto junto al Banco de Venezuela estaba nuestra calle. Por esa, la Calle Triana, bajamos hasta encontrar las oficinas de Serviaduana en donde nos esperaba el jefe de depósito; un señor de unos cincuenta años, bastante delgado, de bigotes pronunciados y ojos porteños que hablaban de experiencia marítima.


En las oficinas arreciaba un aire acondicionado invernal; imagino que la temperatura oscilaba entre quince y dieciocho grados Celsius. Pacheco bajó con flores hasta el puerto… El Señor de Bigotes luego de hablar con nosotros unos quince minutos nos dio un excelente café en taza de porcelana. Nos lo tomamos sentados en una de esas sillas rodantes de oficina viendo en Direct TV algún programa escuálido de Televen (Entre Periodistas), y otras mariqueras en los canales nacionales. El Señor de Bigotes era el único en la oficina. Nos había comentado que el señor Rodríguez, nuestro contacto y encargado de nuestro caso, llegaría pronto. Ellos tienden a iniciar labores a eso de las nueve de la mañana. Nos comentó que el día anterior había visto nuestra mercancía y habían sacado la mitad de las paletas para ahorrarnos trabajo.


El día anterior, miércoles, habíamos hecho los arreglos necesarios para no tener improvistos en el puerto. Ya mi jefe inmediato, el gerente, había ido al puerto dos meses y medio antes a chequear la mercancía de la importación pasada. Nos tocaba hacer el mismo trabajito que el hizo. En su aventura porteña se topó con la representativa disciplina aduanera y portuaria; le exigieron botas de seguridad (que no tenía), un casco (que le prestaron) y un chaleco de seguridad (también prestado). Al final pasó a los muelles por misericordia divina. Así que compramos ese miércoles, día anterior a la aventura, lo que le faltó al gerente de la empresa en ese viaje pasado para no molestar a las autoridades y evitar contratiempos. También, a eso de las 4:30 de la tarde del miércoles, habíamos mandado por fax un par de cartas con nuestros datos y unas copias de nuestras Cedulas de Identidad para concretar y tramitar nuestros pases portuarios para ese jueves.


Obvio que a las nueve y media de la mañana, tal cual venezolanidad, ni nosotros ni Serviaduana teníamos las tarjetitas rosadas pa’ chapear en las alcabalas civiles y militares en Bolipuertos, C.A.; Así que redondeándonos en valor, mientras esperábamos al señor Rodríguez, nos sumimos en la incertidumbre de la matraca portuaria... Al rato, “¿Trajeron cascos, chalecos y botas?” preguntó Rodríguez luego de saludarnos a eso de las 9 y 20 de la mañana en la helada oficina. “Si, están allá en el carro” le respondí… Hablamos hasta un cuarto para las diez de la mañana de política, acariciando a tientas la conclusión a la que siempre llegamos; y a eso de las diez en punto decidimos encaminarnos al muelle con la intención de chequear, ordenar e identificar la mercancía en el depósito. Nos fuimos con otro de los empleados, un jóven chofer, en una Ford Explorer nuevecita, presumo que propiedad de Rodríguez.


Al llegar a la gigantesca alcabala de Bolipuertos, nos indicaron el Señor de Bigotes y el joven chofer, que nos bajáramos uniformados para entrar por el acceso a peatones. No teníamos permiso. Sólo teníamos una carta con una firma conforme de recepción de nuestros documentos para par de pases que nos darían a la una de la tarde de ese día. No podíamos darnos el postín. Así que nos encaminamos por el lateral izquierdo en una acera flanqueada y techada con un armatoste de tubos gruesos de seguridad. Al llegar al torniquete principal, ruidoso, como de edificio de Estado oxidado, nos arrimamos a la izquierda para dejar pasar a los trabajadores concurrentes del puerto, mientras el Señor de Bigotes se adelantaba a tranzarnos con el Sargento de la Guardia Nacional que estaba custodiando la entrada de los peatones.


(Logotipo de la Guardia Nacional -ahora Bolivariana-)

-Coye flaco, me extraña eso- Le dijo el Sargento al Señor de Bigotes en voz muy alta -¡Tu sabes como es la vaina aquí, sin pase no pueden entrar!- Afirmó con el tonito típico, gestualizando con las manos elevadas y abiertas.

-Pero mi Sargento, mire- Le mostró el oficio firmado por las oficinas de Bolivariana de Puertos poniendo su dedo sobre el garabato.

-Me extraña flaco, háblate con la señora María en las oficinas, a ver si te cuadras con ella, porque yo, no puedo hacer nada por ti- Y el sargentucho con sus bigoticos de corrupto se hizo el huevón y entró en el papel de desinteresado con sus manos posadas sobre el pasamano lateral, viendo el flujo de carros y a su superior a nuestra derecha. Mientras, entraban chorros de personas a su espalda pasando a nuestros ojos sin ser cuestionadas por su pase. El colmo de la matraca
.

Nosotros, medio desconcertados, con nuestros casquitos canadienses rojo-rojitos, los chalequitos de tránsito naranja con línea fluorescente, y nuestras botas con punta de hierro pateadora de culos impertinentes, nos quedamos con los crespos hechos y con las ganas de entrar temprano al puerto. El Señor de Bigotes, nos hizo entender con gestos y palabras casi silentes que el Sargento nos estaba matraqueando de manera subliminal. “Ese tipo es un coño e’ madre chanchullero. Sabiendo que yo he entrado con la misma hoja cuando no me han dado el pase, nos rebota. ¡Ese lo que quiere es rial!” Dijo El Señor de Bigotes indignado con un tono susurrado bastante amargado y unos ojos de encrespado. Se estaba retrasando nuestro trabajo, y el de Serviaduana con sus otros clientes. Así que llegamos a una conclusión: Retirada. Salimos por el torniquete diestro y empecé a inquirirle al Señor de Bigotes sobre la reciente matraca fallida.


“Mejor vamos pa’ las oficinas a ver si conseguimos su pase” dijo el Señor de Bigotes calmada pero molestamente mientras marcaba el número del chofer, que ya había entrado por la alcabala vehicular, para avisarle del improvisto. El sol matutino de costa, bastante fuerte, ya arreciaba con nuestras sudoríparas y las gotas se entremezclaban con el plástico de los cascos ‘socialistas’. Caminamos unos 75 metros en U hasta llegar a las oficinas. El aire político se respiraba a 5 kilómetros a la redonda. Si me pusiera a contar la cantidad de personas con camisa, chemise y franela roja (incluyéndome), tardaría una eternidad. En el maleconcito, “chavistas”, en la placita frente al Banco de Venezuela custodiada por el águila porteña del monolito, “chavistas”, en todos los callejones, “chavistas”, en el consulado neerlandés, “chavistas”. Los funcionarios de Bolipuertos, todos vestidos de rojo, indudablemente, “chavistas”. “Ñuesumae” pensé.


(Logo de Bolipuertos)

Apuesto una y parte de otra que la cantidad de rojitos que vi ese día eran dignos de mostrárselos a Micomandante. Pero seguramente más de uno se pone esa camisa roja por conveniencia (digo yo) y no comparten ni medio de la politiquería que impregna todas las empresas del Estado; al menos los civilizados pensantes que no se engañan. Pero a éstas, ya dentro del aire acondicionado de la sala de espera (roja) de Bolipuertos, nos pusimos en una esquina a esperar la intervención del chofer que ya había vuelto e intentaría con sus dotes de joven reggaetonero sacarnos los pases tempranos con la señora María. Mi jefe, el presidente de la empresa, con la misma cara que yo, ostentaba la fe de que tarde o temprano entraríamos al depósito donde se encontraba nuestra mercancía. El panita chofer entró, no tardó, y salió con una cara larga gruñendo y maldiciendo en voz baja: “’sa vieja ‘ño e’ madre, no dio un coño”. Ahí mismito, saliendo de la oficina, le pregunté que qué había pasado y imitando a la señora dijo: “uste’ sabe como son laj’ cosa’, no les daremos nada hasta la ‘juna…”.


Bueno; más jodidos, si se podía. Pero nosotros, con buen espíritu, todavía, nos montamos en la camionetota que rodaría directo a la oficina de los agentes aduanales. Ahí nos bajamos y los serviaduaneros estaban apagados, ya no tenían esperanza. Tanto que nos pusieron a explicarles cómo eran los materiales y sus medidas para que ellos los clasificaran e identificaran para la inspección de CADIVI. Más de 25 ítems, de diferentes espesores y diferentes materiales, aproximadamente 200 piezas. Un trabajo engorroso para quienes no conocen de plásticos ni del sistema inglés de medidas. Yo seguía con un espíritu positivo, algo me decía que entraríamos antes del mediodía. Así que mientras más se enrollaba el papagayo en Serviaduana, mas se acentuó nuestro deseo de ir a despellejar a la gallina en el depósito de Bolipuertos. Propusimos hacer un segundo intento. Los jefes; Rodríguez, y el viejo amigo de mi jefe, Pensacola; dieron la orden.


Así que de esa manera partimos por segunda vez a tratar de violar el sistema de seguridad portuario sin sublevarnos a la matraca. A la una nos entregaban los pases, pero pa’ esa vaina no había tiempo. Nos montamos en la camionetota, pero esta vez con el hijo de Rodríguez, empleado también de Serviaduana, que luego nos daría un tour por los muelles echándonos cuentos prudentes de la putrefacción porteña y del contrabando de licores por la GN (la economía local de Puerto Cabello depende de los muelles, oficial e ilícitamente hablando). Con el radio de la Explorer a todo volumen rodamos. Estábamos escuchando reggae de una emisora; 100.7 recuerdo. Quedamos en silencio sobre el chitqui-chitqui del reggae por varios minutos. Noté que el Chamo Rodríguez tenía la uña del dedo meñique derecho afilada y larga; útil para sacar mocos, cera de oído acumulada, atornillar lentes, cosas por el estilo (sujeto a interpretaciones sugerentes). Adentrados ya en el laberinto del pueblo, perdí la noción y nuestra ubicación. Llegamos entonces a una licorería y el Chamo Rodríguez se bajó. Por un momento pensé envidioso; “¿Tan temprano a beber? Que bichito este pana…”.


Pero estaba equivocado. El Chamo fue a comprar un par de refrescos; imaginé que para la oficina. Nos encausamos de nuevo para la alcabalota de Bolipuertos. Llegamos, y esta vez le preguntamos qué íbamos a hacer. Pensé por unos momentos que nos teníamos que bajar de nuevo, pero no; El Chamo dijo: “Quédense, vamos a pasar por aquí”. Nosotros precipitados pero siguiendo la corriente vimos la mecánica. La súper alcabala estaba compuesta por dos tramos: El militar, donde se encontraba el Capitán (el superior al sargento de la matraca subliminal) que verificaba el permiso del carro para transitar en el puerto y mandaba a bajar a los peatones; Y la civil, donde estaba algún carajo con camisa roja, posiblemente cubano, que verificaba lo mismo. ¿Para qué dos? Su razón tendrá. Seguro que el que pasa liso por una, rueda por la matraca de la otra. En ese momento, el tiempo empezó a transcurrir en cámara lenta; como a 3 metros del Capitán que custodiaba la primera entrada, El Chamo Rodríguez escurrió su mano por detrás de la silla, y cual serpiente, agarró la Pepsi que estaba dentro de una bolsa a mis pies. La sacó de mi rango y la colocó en el apoyabrazos del conductor.


(La Botellita e' Pepsi)

“¿Así que para esto era el refresquito?” Pensé cual secuaz cómplice. Y así, el Chamo mostró la identificación cuadrada de la camionetota vinotinto con unos dígitos que no recuerdo, e inmediatamente el refresco flotó solito mágicamente hasta las manos del Capitán. El militar nos indicó con un gesto y una cara seria que siguiéramos. Yo casi detono de júbilo, pero le pregunté prudentemente: “Mira viejo, ¿pero ya pasamos?”. “Al menos ésta si” respondió casi sonriendo el Chamo Rodríguez. Supuse que pasaríamos por la misma penuria nerviosa en la segunda alcabala, la civil. Pero no; pasamos como botellazo e’ puta: rápido y certero. Casi canto de felicidad, pero no lo hice por compostura carreñística. Habíamos entrado al puertote, el más grande de Venezuela; era épico… Histórico… Imponente… Arruinado. Así mismo, arruinado.

Era otro mundo. No conozco ni de puertos, ni de aduanas, ni de deberes fiscales, ni de régimen cambiario, ni de buques, ni de muelles. Pero ese día aprendí alguito. La imponencia de esa ciudad de hierro abruma a los que no la conocen. Grandes torres de contenedores dispuestos y apilonados se vaciaban en tumultos que definían las calles del puerto. Nunca pensé que debajo había agua. Pero gran parte del puerto está compuesto por muelles; no se cuantos. Los colores de los containers de cuarenta y veinte pies eran diversos; rojo carmín en su mayoría, otros azul petróleo, algunos amarillos, varios verdes. Era un espectáculo; en esencia una urbe de acero rodeada de intensísimas grúas con fuerza olímpica que giraban y cargaban al son metálico del calmado mar portuario. La camionetota de Rodríguez vista desde el cielo era un triciclo, no éramos nada. Al pasar la alcabala nos topamos con un edificio de contenedores que nos hizo cruzar a la izquierda, luego otro a la derecha y luego un depósito a la izquierda que nos llevaría a nuestro depósito.


Al llegar a la puerta del depósito, el Chamo Rodríguez nos dijo que nos bajáramos de la camioneta y entráramos al depósito, que allí se encontraban El Señor de Bigotes y el supervisor. Mi jefe, como pez en el agua, me guiaba. De él aprendo toda la jerga fiscal, portuaria, mercantil, laboral y tributaria que necesitaré algún día para hacer los mismos trámites. A éstas; entramos con nuestros disfraces de puerto y nos instalamos en el lateral izquierdo de la recepción del depósito. La recepción era un área de 10 metros cuadrados más o menos, encerrada en rejas de alfajol rojas. Ahí, en frente de unas sillas de espera –rojas-(donde estábamos nosotros), había unos dispensarios como de banco donde se encontraban 3 rojitos haciendo su trabajo que ignoro cuál era (imagino que eran del SENIAT). Un gentío necesitaba entrar al depósito y solo los que tenían un pase lo lograban. Pero nosotros no, teníamos al refresco restante de nuestro lado. Con sinceridad no recuerdo si después de reintegrarse a nosotros, el Chamo Rodríguez le entregó el refresco al carajo de la alcabalita que chequeaba identidades en la recepción. Creo que así fue. Nosotros solo entregamos nuestras cédulas laminadas y pasamos tranquilamente.


A los pocos minutos de estar en el depósito, me ensopé un poco más en sudor. El calor era de los más increíbles que había sentido. Se le sumaba: el ambiente portuario y costero, la pepa e’ sol irrespetuosa del mediodía tempranero, el depósito de metal cocinándose por el sol –pa’ freír huevos-, la ausencia de salidas de aire en el depósito, la falta de extractores y una sola entrada lateral abierta –aparte de nuestra entrada- desde la cual se veía el buque de carga. Las dimensiones de nuestra estancia eran gigantescas; eran unos 100 pies de ancho por unos 700 de largo, la altura pasaba los 30 pies en las paredes y en el centro del cobertizo sobrepasaba los 70. La forma del hangar era como de casita de dibujada por un niño. Lo que alimentaba un poco mi espíritu era que teníamos a escasos metros el mar, con el famoso buque Cala Pantera, panameño, encallado en el lateral del muelle.

(El Famoso buque Cala Pantera)

El Cala Pantera es el buque que trajo nuestra mercancía. Partió de Port Everglades, Estados Unidos. Atracó el 5 de julio e ingresó el 23 a Puerto Cabello con nuestra importación; 4 paletas de plásticos industriales. Los americanos cuentan con un sistema portuario envidiable. El hecho de que basen su economía en la exportación y en la explotación capitalista me parece admirable. Por otro lado, dicen por ahí que el sistema en Bolipuertos está colapsado; los rumores (ciertos en su mayoría) indican que por la mala gestión en los muelles, mandan a fondear a 8 millas del puerto a los buques para que no se vean desde la costa. La cantidad de barcos estacionarios esperando a ser descargados es descomunal. Usualmente, para descargar un barco se toman máximo 72 horas. Ahora, con la nueva gestión (de la que me han informado fuentes extraoficiales), tardan hasta 25 días. Incluso algunos barcos se van a Cartagena buscando descargar su mercancía pautada a desembarcarse en Venezuela. Bolipuertos C.A. es una empresa relativamente nueva; es producto de unas expropiaciones a Agentes Navieros privados, ahora no recuerdo los nombres (Saexport es una). En tiempo pasado, el puerto pertenecía a empresas privadas que gestionaban de manera celosa los muelles y los embarques y desembarques de los buques trasatlánticos. Pero eso cambió por deseos del Gobierno Bolivariano. Actualmente de las cinco o seis oficinas gestoras navieras no queda nada; fue decretado en la Gaceta Oficial Nº39.197, la maquinaria, el capital humano, las oficinas y la administración portuaria pasó a manos del Estado mesmo. Un “logro” de la Revolución.

Hay muchos chismes y rumores sobre la nueva gestión en Puerto Cabello. Según los políticos es patriota, soberana, del pueblo y en pro del socialismo bolivariano. Pero según mis fuentes es simplemente cubana. Así mismo, cubana de la República de Cuba. Pero claro, esos son rumores. Se dice que los muelles están controlados en un 49% por cubanos (imagino que del G2 y antiguos personeros del gobierno isleño) y el otro 51% es dominado por venezolanos. Al menos tenemos mayoría soberana y autónoma despolitizada, ¡Ja! A mi me tienen azul esos rumores eternos de injerencia cubana en las instituciones del Estado; que si en el SAIME, que si en las FANB, que si en el SEBIN, que si en Miraflores, que si en el Sistema de Salud Pública, claro, esos rumores son estrategia de la oposición para desprestigiar al Gobierno Revolucionario; que risa. Lo peor es que tengo panitas en el gobierno que dicen que todo eso es positivo porque estamos transitando el camino al socialismo. Me las rompen. La vaina está tan grave en el puerto, que los empleados rojitos de las oficinas de Bolipuertos incluso tienen que hacer bacas (colectas) para comprar papel higiénico. La gestión es tan chimba que ni les alcanza el real pa’ comprar papel tualé’; apuesto una y parte de otra a que eso ocurre seguramente porque se roban los reales del presupuesto destinado a un buen trato a los empleados y los zánganos corruptos jefes se olvidan de que los asalariados tienen culo. Pero, ¿Pa’ qué tener culo si tenemos sueldo y dignidad socialista?


A éstas, volviendo a nuestra travesía, goteando el piso grasoso del depósito con mi camisa roja, ya habiendo burlado las autoridades portuarias, me dirigí con mi jefe a chequear nuestra mercancía. Ya El Señor de Bigotes había empezado a desarmar nuestras cuatro paletas y comenzaba a apilonar los plásticos para luego clasificarlos por medida y tipo. Mi jefe con la factura en mano empezó a nombrar material por material; “Nylon de 8 pulgadas…”. Me dispuse a seguir mojándome y ejercitándome levantando barras macizas de plástico junto al Señor de Bigotes… Ya clasificadas todas, empezamos a tipificarlas con unas cartulinas que habíamos llevado expresamente para el trabajo. Nunca había sudado tanto en mi vida, dejé la copia de la factura empapada en gotas eternas de sudor, pero logramos nuestro cometido. Ahora solo faltaba esperar a las autoridades fiscales y aduanales.


A la distancia vi a un tipo joven, gordito, cuasi catire, con un maletín de tela con el logo de CADIVI bordado. Su labor era inspeccionar los cargamentos y que estos coincidieran con la factura de las empresas importadoras y con la documentación emitida por CADIVI. Llegó a nosotros y sin problemas, con cara de culo escéptico, firmó la documentación luego de chequear a vuelo de pájaro nuestra mercancía. Tomó unas fotos con su Blackberry y se dispuso a chequear las mercancías de las otras empresas. Por otro lado, la muchacha del SENIAT tardó un poco más. El Jefe de Depósito de Serviaduana nos comentó que parte de los documentos ya habían sido firmados. Sólo que en primera instancia por una funcionaria, luego por otra y ese día ninguna de las dos estaba, así que una nueva chica con cara de culo escéptico firmó las planillas de mala gana luego de analizar superficialmente las barras de plástico.


Terminado nuestro trabajo de clasificación e identificación de nuestra mercancía, nos despachó el caluroso depósito y el hijo de Rodríguez nos buscó para darnos un apacible tour por los muelles (habían pasado unas 2 horas –digo yo- mientras yo sudaba ininterrumpidamente mientras hacía mi trabajo). La camionetota Explorer vinotinto, ya con la música a volumen moderado, se paseó por la ciudad de hierro, que a mis ojos denotaba un espíritu de fortaleza metálica. Pasamos de largo a nuestra diestra a la alcabala que burlamos y el joven comenzó a hablarnos un poco de la situación portuaria. A velocidad lenta, nos mostraba una por una las antiguas desembarcadoras expropiadas por el gobierno de Chávez; el puerto antes era una amalgama de empresas privadas que ejecutaba su trabajo de manera admirable. No niego que en el pasado había corrupción extrema, pero algo me dice que en los últimos ocho años se han intensificado los guisos y la impunidad galopa en el sistema judicial.


(La Placita frente al Banco de Venezuela en Puerto Cabello)

-Éstas- Nos dijo señalando unas inmensas grúas, como de unos 25 metros que opino yo cuestan más de 500.000 dólares–, no sirven pa’ nada. La mayoría de las grúas que trabajan en el puerto no sirven; desde que expropiaron las desembarcadoras, no les han hecho mantenimiento.
-Que muérganos esos tipos, para eso agarran todo, para dejarlo perder. Este gobierno coño e’ madre…- Dijo mi jefe indignado.

-Pero mira, ¿El Gobierno indemnizó a las empresas expropiadas?- Le pregunté.

-No, hasta donde tengo entendido los del gobierno agarraron las oficinas, y en el caso de Saexport, no les pagaron un coño...

-Ta’ bien… Pero… Cuéntame, ¿Hay mucho contrabando en el puerto?

-Si te fijaras que ha disminuido algo, al menos a los ojos civiles. Antes era exagerado. De importación y de exportación. Yo trabajaba en otra empresa y la corrupción que veíamos era tremenda. Los Guardias Nacionales eran capaces de derramar líquidos de importaciones importantes en el piso solo para descartar narcotráfico y apropiarse de los contenidos alcohólicos para venderlos en el mercado negro.

-¡Que bolas!- Exclamé en respuesta.

- No pana, y eso no es nada; hay cuentos de cuentos – Dijo El Chamo Rodríguez intrigando, pero no se me ocurrió preguntarle más detalles, muy a mi pesar. Nos dijo varias cosas más que detesto no recordar en este momento.


Siguiendo el trayecto, bajo el sol inclemente, con el frío tempestuoso del aire acondicionado sobre mí ser empapado, veía los rastros de la quimera de la economía nacional rentable. Decenas de grúas inservibles que tienen que ser cebadas con gasoil prestado de las gandolas para funcionar a tientas, y a duras penas transportar containers, pintaban el paisaje portuario con un aspecto decadente; tanta tecnología perdida, tanto desarrollo por la basura. Las expropiaciones, los contenedores con comida podrida (que Rodríguez nos señaló la locación donde se encontraban), la corrupción en las altas cúpulas gubernamentales (y en la calle), dejan en alto la conciencia cívica criolla llenándonos de orgullo para un mañana provechoso y un futuro con una economía próspera. Me da risa, pero el mismo Sargento de la alcabala prueba todas mis aseveraciones con su actitud desinteresada: sus brazos cruzados sobre la baranda, esperando a no ser sorprendido por su superior en andanzas corruptas me causan gracia del sistema portuario y de lo corrupto, infecto, putrefacto, podrido, corrompido, descompuesto, inmundo, ilícito, deshonesto, impúdico, obsceno, indecente, sucio, escabroso, indecoroso, rancio y fragoso del poder militar y civil en la administración pública venezolana.


Suspiro a veces nostálgico imaginando la moneda valuándose diariamente y sueño con un país autosustentable que no importe todo. Un país con avances tecnológicos y culturales que no dependa de la matraca y que planifique y ejecute de manera efectiva. Es (difícil) creer cual es la realidad predominante; si la matraca eterna en cada alcabala o el estricto orden aduanero y fiscal que tanto hablan los políticos. Es innegable que hay realidad en las dos premisas; pero la minoría desconocida es la correcta. Estos últimos años se han apretado las legislaciones y las políticas fiscales y aduaneras se han endurecido. Eso es por un lado positivo, pero en otro aspecto se intensifica la matraca al existir tantas restricciones para los mortales como nosotros. Hay quienes prefieren pagar una módica suma de 100.000 BsF para nacionalizar una mercancía inmediatamente, que esperar meses a la intervención del SENIAT y de CADIVI en los trámites de importación de los mortales. Afortunadamente en la empresa somos mortales y preferimos estar del lado de los que cumplen la ley. Pero el factor común en los trámites oficiales es una eterna impunidad a los corruptos y una camaradería cómplice.


Hay quienes no nos atrevemos a comprender por qué en las oficinas de SENIAT en Puerto Cabello existe un aura tan capitalista que hasta los monopólicos millonarios se quedan pendejos frente a esto. El estacionamiento del gran edificio del Estado está henchido y saturado de camionetotas y carros súper elegantes que no bajan del año 2002, casi todas con asientos de cuero (los precios sobrepasan los 120 palos por carro). Apuesto una y parte de la otra a que al menos el ochenta por ciento de los empelados de ese SENIAT tienen un Blackberry, pero de los caros, no de los ‘Redberrys” que una vez habló Jesse Chacón (a propósito, ¿qué será de su vida?). Apuesto que ese realero no lo consiguieron lícitamente. Sólo en ‘socialismo’ pues; la nómina millonaria del SENIAT que permite comprar a contado elegantes camionetas. Me causan gracia esos cerdos capitalistas que se visten de rojo socialista (chavista) solo para ganarse un sueldo pudiente que se le suma a la matraca hecha en sus trabajos particulares en verificaciones y supervisiones. A veces pienso que me equivoqué de carrera. Debí estudiar licenciatura en matraca aduanal, fiscal y portuaria.


En cierto punto del trayecto, comencé a ver una cola de camiones de 6 ejes larguísima. Eran cientos de metros de cola. Cientos de camiones. Millones de granos de cereal. Eran los camiones que transportan el trigo importado, la cebada importada, el sorgo importado, la soya importada; la inmensa fila era para pesar los camiones uno por uno en una pesa que le llaman la “Romana”. Me comenta un amigo camionero que en las colas para la romana, se apostilla el chanchullo que cuadran los guardias nacionales todos los días. Se dice que en cada puesto de chequeo, marcan en una planilla un check para saber quien ha pagado debajo e la mesa o no para habilitar el transporte de su mercancía en su recorrido. Cada guardia nacional, se dice, hace de 5 a 10 palitos diarios en el puerto; también dicen las malas (buenas) lenguas que le tienen que rendir cuentas a sus superiores. Claro, y esos melones son sin contar las 20 lucas usuales que se le paga a cada funcionario en las alcabalas para poder acceder al muelle sin el permiso de Bolipuertos.


El mismo pana camionero, me comentó que una vez le tocó transportar varios contenedores de 50.000 $ cada uno lleno de tambores que contenían ácido cítrico. Cierta vez vio que uno de sus colegas manejaba sin cuidado un camión, botando el contenido de los pipotes. El le preguntó que por qué derramaba la mercancía, siendo que era tan cara; era ácido cítrico para caramelos. “Pero es que si esto es agua” le comentó el otro transportista. A su sorpresa, y a su lengua, con el dedo mojado en el líquido, percibió que en realidad era H2O en vez de C6H8O7, menuda diferencia. ¿Que viveza tan criolla, no? Los hijos de puta propietarios de la mercancía hacen la solicitud de divisas a CADIVI para evitarse comprar dólares en el mercado negro y estafar así a la Comisión metiendo gato por liebre. Una timo para hacerse ricos. Y después se preguntan por qué es tan difícil conseguir dólares. “En esta revolución lo único que hay son coño e’ madres” dice mi pana transportista. “La corrupción se ha multiplicado; tengo 35 años trabajando en esto, y nunca había visto tanto chanchullo en el puerto” acota encolerizado. Contó que una vez, en una alcabala de control, un guardia no lo quiso dejar pasar si no le pagaba diez millones de bolívares de los viejos, y para colmo TODOS sus papeles estaban en regla. Menos mal el pana tenía una carta bajo la manga y llamó a un superior del sargentucho matraquero.


La corrupción de la que escuché, que olí y vi en ese viaje fue remarcable. Trasciende la administración pública, las Fuerzas Armadas, la empresa privada, los políticos, los politiqueros, CADIVI y el SENIAT. Es un mal que carcome la sociedad y la burocracia; de lo más alto a lo más bajo. Todos estamos podridos; es absolutamente lamentable. El país se está desmoronando y a pesar de lo que decimos los opositores del régimen de Chávez y de la Revolución, esto no tiene once años. Estoy conciente de que se ha intensificado y se que la solución es arrancar el mal de raíz con mano dura y legislaciones que se hagan cumplir cabalmente. Y por supuesto, que el sistema judicial y los organismos de seguridad nacional sean inquebrantables. Bastante utópico, más en una Venezuela donde vale más el “ponme donde hay” que el “ponme donde hay trabajo”. Oro a Dios y le pido abiertamente que el país despierte para que el mañana para nuestros hijos sea correcto. Una Venezuela donde la matraca pese menos que la moral. Un país donde no se tenga que jalar mecate para conseguir las divisas necesarias para importar materia prima y mercancía importante para el aparato económico nacional.


(Show me the money $$$$)

Noto con preocupación que no solo los funcionarios de CADIVI ponen trabas en la consecución de divisas. El sistema está diseñado de una manera engorrosa y la legislación es una piedra en el camino para que las pequeñas y medianas empresas (PYMES) se desempeñen económicamente. En primera instancia, para importar como empresa, se necesita solicitar ante el Ministerio del Poder Popular para la Ciencia y Tecnología e Industrias Intermedias el Certificado de No Producción o Producción Insuficiente. Luego de esperar durante meses la respuesta del ministerio; con el Certificado de No Producción (o Producción Insuficiente) es que se puede emitir la solicitud hacia la Comisión de Administración de Divisas (CADIVI). En el caso de la empresa donde trabajo fue así: 1) En noviembre, obtuvimos el certificado de no producción e inmediatamente emitimos la solicitud ante CADIVI; claro, no todos los materiales que ingresamos en nuestra solicitud fueron aprobados, así que no pudimos obtener dólares para ciertas cosas; así como tampoco el mismo precio de liquidación de las cuentas, es decir: una nos la liquidarían dólar 2.60 y otra a 4.30. 2) Cuatro meses después, en febrero, se aprobaron las divisas (pocas, mucho menos de 50.000 $); no podemos quejarnos mucho, pero si un poco. Muchas de las empresas que hicieron solicitudes en 2009 no obtuvieron la aprobación de sus divisas y siguen esperando la Autorización de Adquisición de Divisas (AAD). 3) Luego de que nos aprobaron las divisas, procedimos a hacer el pedido a nuestros proveedores. Rápidamente nos enviaron la mercancía y en pocas semanas llegó a Puerto Cabello. Claro, pero para nacionalizar la mercancía después del desembarque y la desconsolidación tuvimos que esperar la eterna intervención del SENIAT y de CADIVI verificando si no los estaban estafando; que cinismo. 4) Procedimos después de mil pasos engorrosos más, a transportar la mercancía. 5) Finalmente, debíamos sentarnos a esperar que CADIVI emitiera el Acta de Verificación Aduanal para poder meter los papeles en el banco y asi conseguir nuestra Autorización de Liquidación de Divisas (ALD).

El año pasado, los hijos de puta tardaron MESES en hacer el acta de verificación y terminamos endeudándonos con el proveedor. Tuvimos que pedir un Certificado De Deuda apostillado en la embajada venezolana, en Estados Unidos, y pedir más prórroga penosa al proveedor. En esta penuria se encuentra gran parte de los pequeños y medianos empresarios venezolanos. Ya los venezolanos, por culpa del control de cambio, tenemos fama de mala paga. Por la falta de eficiencia en los organismos del Estado y en la Administración Pública, el tiempo de las empresas, los proveedores y sus personeros se pierde en un vaivén de elucubraciones. No aprueban dólares, no dan certificados de no producción, no otorgan las actas de verificación, no firman las planillas, no permiten nacionalizar las mercancías, no permiten transportar nada, ni meterse al puerto. Pero si pagas vacuna, claro, puedes hacer todo eso. Esta es una de las tantas cosas que me indigna. Sobre todo la crítica eterna a los gobiernos de la llamada IV República; que según los chavistas férreos, eran los padres de la corrupción venezolana. Yo, haciendo un consenso bastante favoreciente a mi percepción, llegué a los resultados de que la corrupción se ha intensificado de una manera honrosa el los últimos 11 años. Pero claro, eso es parte de la llamada redistribución de la riqueza. Falacias socialistas.


Guardias Nacionales, Ejército, Aviación, Funcionarios de CADIVI, del SENIAT, de Bolipuertos, políticos, pequeños, medianos y grandes empresarios, gobierno corrupto: todos caimanes del mismo charco. El colmo que todos paguen bajo e’ la mesa para llevar sus fines a cabo y para poder negociar con “dignidad”. Y ni hablar del narcotráfico que se huele desde este escritorio a más de 150 kilómetros de distancia de los muelles. Y sumándole los containers de comida podrida que el gobierno dice investigar. Lo que más lamento es no recordar más detalles de lo que vi, oí, olí y sentí en Puerto Cabello ese día. Mi corazón se hincha con la matraca. Y el contrabando, escondido tras bastidores, hizo de mi viaje al puerto más grande del país, una aventura periodística. Claro, empapada en especulación, rumores y en lo que corre en boca de los porteños. Al carajo la verificación de fuentes y documentos: el rumor es la verdad más pura cuando de corrupción se trata. Con tal que yo no termine encanado, nos dejen importar nuestra mercancía sin pagar de más y no sigan pudriendo la comida en los puertos, todo estará bien.


(Y sigue la putrefacción en los puertos...)